Escrito por: Diana Iglesias Aguilar
Desde la pantalla de un teléfono Karelia Vázquez y José Galardy viven la agonía de su terruño natal. Son de Jiguaní, el río de oro que ha dejado sin palabras a los lugareños al salirse del cauce en un golpe de agua sin precedentes y dejar sin pertenencias a muchas familias. Pero no están en Cuba ya. La añoranza les muerde el pecho como un dingo en celo.
Sin pensar la decisión es irrevocable, hay que ayudar y con lo más necesario. El alimento escaso y costoso será lo primero que pondrán en las manos de cientos de paisanos. En el pueblo la familia llevará a vías de hecho la difícil tarea. No hay marcha atrás.
En un humilde hogar muy cerca del río, Lidia Galardy, Nolanfis Galardy y la abuela Elaine Sánchez Montero están cocinando para los damnificados de forma voluntaria y gratis. Con mucho amor, voluntad y convencidos de que es su deber ayudar ahora, a su barrio, a sus gentes.
Desde Estados Unidos mandan el dinero Karelia y José. Llevan dos días y lo harán por una semana más, mientras aparezcan provisiones. Compran carne, viandas, sazón, especias, no escatiman.
Me atrevo a preguntar por los gastos. La olla que humea con exquisito aroma delante de mi va por los 9 mil pesos. Ayer hubo una similar en la que nadan los bollos de maíz deliciosos.
Con esta tanda darán comida a cien personas, ya saben que más abajo hay un grupo de amigos tratando de sacar del lodo la casa de un vecino. Más allá hay otros que quedaron sin cazuelas y ni una gota de azúcar. No cobrarán el alimento.
Pruébelo, me dicen y entienden una cuchara caliente. Sabe a paraíso, a vida, es el caldo salvador de mi abuela, de tu abuela, la receta de los ancestros…hay esperanza.