Escrito por: Diana Iglesias Aguilar
Hace un lustro y dos abriles que no está Bladimir Zamora Céspedes para ripostar, para lanzar un chiste ni empinar el codo como solía en su ¨gaveta¨ habanera, rodeado de diletantes, poetas, pensadores, guitarristas bohemios, soñadores de un mundo mejor.
Vino a dejar su savia en el Bayamo natal donde definitivamente está sembrado desde el 5 de mayo de 2016, en la Necrópolis local, muy cerca del colega Sindo Garay, un santiaguero naturalizado por la música como bayamés, y muy cerca del Maestro Carlos Puig Premión, que no por la seriedad de dirigir la banda era menos cubano, menos jodedor, ni más poeta, ni menos músico.
¡Qué tres joyas juntas en el reparto bocarriba! Como tantas hay allí, de leyendas. Pero cada año los jóvenes de la Asociación Hermanos Saiz visitan en distintos momentos a los que descansan, al Blado, paradigma de joven creador, de cubano inigualable, llevándole flores, cantándole en descarga trovadoresca, vamos que si las flores no estuvieran a precio de topacios, más frescas tendría cada semana en una tumba este hijo de Bayamo.
Poeta, periodista, investigador y crítico especializado en música popular cubana, el Blado es reconocido sobre todo por su labor como redactor de la revista cultural El Caimán Barbudo desde de la década del 70, además de su incansable labor como promotor cultural.
Nació en una fecha distinguida, en Bayamo, el 13 de abril de 1952. Luego sería ese designado como Día de la Psicología Cubana por ser el natalicio del filósofo y pedagogo Enrique José Varona, padre de la Psicología Cubana. Del 52 mejor ni hablar, fue un año tremendo que marcó el inicio de un baño de sangre y horror continuo por siete años para Cuba.
Como escritor el Blado publicó Cuentos de la remota novedad (Antología, Editorial Gente Nueva, 1983); Papeles de Panchito (Compilación, Casa Editora Abril, 1988); Poesía cubana: La isla entera (Antología, Editorial Betania, Madrid, 1995); los cancioneros Cualquier flor… de la trova tradicional cubana (Casa Editora Abril, 2005) y Una guitarra, un buen amor (Casa Editora Abril, 2007), así como de los poemarios Sin puntos cardinales (Editorial Letras Cubanas, 1987) y Los olores del cuerpo (Casa Editora Abril, 2009).
La biblioteca de la Casa del Joven Creador en Bayamo lleva su nombre, aunque muchos no lo conocieron, preguntarán por qué se llama como aquel risueño y de ensortijados cabellos castaños un centro tan serio como una biblioteca. Nada más parecido a un libro que un jodedor como Blado, ambos de singular importancia, ya uno sin la necesaria presencia.