Escrito por: Surysbel Díaz Castillo
Se disculpa por no encontrar en su memoria a causa de las emociones y los años, las palabras precisa para hablar de esta singular mujer. Repite varias veces con ojos exaltados el orgullo que siente al poder expresarnos sus recuerdos sobre la indómita guerrillera, bautizada con la humildad y transparencia de las aguas cristalinas del rio Vicana.
Me acompaña un hombre que conoce como la palma de sus manos cada rincón de este municipio costero por su labor como investigador y el placer que deja disfrutar los trabajos de campo de la maravillosa ciencia llamada: arqueología.
Cuenta como si el pasado regresara al presente los momentos en que tuvo el privilegio de compartir con Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley. Para aquel entonces él era solo un niño, unos cuántos años menos que Celia. Su familia sostenía fuertes lazos de amistad con Manuel y Acacia, ambos, padres de la Heroína.
Se esfuerza un poco y nos cuenta: “…el amor y respeto por su padre fueron sentimientos que permanecieron latentes en ella, un amor como pocos, yo diría único… el Doctor Sánchez, nutrió su espiritualidad desde su más temprana edad. Celia regó su camino en la historia con la admiración de todos. No existe modestia más exacta que aquella que supo mostrar en cada una de las etapas de su vida….”
“…La recuerdo feliz en este parque, junto a sus hermanas, tallando su estatura rebelde y patriótica al contemplar por varios minutos la escultura del Héroe Nacional José Martí, colocada por su padre junto a un grupo de jóvenes defensores del gran pensamiento martiano…..»
Ella fue feliz, siempre lo fue. Aún cuando su vida estuvo colmada de acción, sin descanso, en su rostro resplandecía una sonrisa cargada de ferviente pasión revolucionaria, dinamismo, exigencia y rigor. No se podrá nunca resumir la grandeza de su alma y espíritu.
Muchas personas conservan como preciado tesoro los momentos y oportunidades que la vida o el destino les regaló conociendo la fibra más íntima de la Revolución Cubana. Ella entró por las puertas de la eternidad como símbolo purísimo del pueblo. Recordarla significa abrirnos el corazón y mostrar un pedazo de la historia que es parte viva y sentida de cada hombre y mujer de esta tierra.
La huella que ha dejado entre nosotros no se podrá borrar jamás, seguirá regalando belleza en la cabellera de nuestras féminas y perfumando las llanuras de nuestros campos como la más sencilla y delicada mariposa verde olivo.