Por Rafael Acosta de Arriba
Que el 30 de septiembre se cumplan 54 años de la inauguración del Museo Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes, es motivo de muchas evocaciones, entre ellas algunas de carácter personal. Pero antes debo subrayar el enorme valor de la decisión de reacondicionar el inmueble, que, en 1963, estaba casi en estado de desahucio y su adaptación como museo dedicado al gran bayamés. Fue una acción patrimonial extraordinaria.
Vayamos a la evocación personal. Alrededor de 1985 o 1986, no recuerdo bien ahora mismo, quizá en la segunda mitad del primero de esos años o en la primera del otro, debió ocurrir mi primer encuentro con la Casa Natal. Había comenzado entonces mis investigaciones sobre la vida de Céspedes e inicié la práctica de ir con mucha frecuencia a esa histórica ciudad. Aprovechaba las ventajas que ofrecía mi trabajo y hubo años, hasta inicios de la década de los 90, en que llegué a dedicar mis vacaciones de verano para permanecer unos días entre Bayamo y Manzanillo, recolectando información sobre Céspedes.
Eso me permitió conocer a Enrique Orlando Lacalle Zauquest y Modesto Tirado, historiadores de Bayamo y Manzanillo, respectivamente, ya desaparecidos, a Rosita Serrano, también fallecida, directora del Museo Casa Natal de Céspedes y posteriormente a Onoria Céspedes, quien reemplazó a Lacalle como historiadora de Bayamo, Antonia (Toñita) Buitrago, quien sustituyó a Rosita en la Casa Natal y a otros historiadores de la provincia (Angelito Velázquez, Angel Lago, Aldo Naranjo, etc). Fueron visitas de mucha intensidad en lo relativo a la búsqueda de información histórica, de fuentes orales, documentales, hacer fotos, y visitar los lugares donde se habían producido hechos fundamentales de la revolución de 1868. Necesitaba impregnarme de la espacialidad y contextualidad que favorecían encontrar una mejor imaginación sobre la vida de Céspedes y los hechos desencadenados por él en octubre de 1868.
Esas visitas incluyeron mis dos primeras estancias en San Lorenzo, una de ellas, la segunda, en la que pasé la noche en vela en la cima de aquella montaña donde se desarrolló el drama de la muerte del prócer, cosa que hice contrariando las voluntades de autoridades provinciales que consideraban riesgoso lo que pretendía hacer. Pero fue muy útil, pues escuché los mismos ruidos nocturnos que acompañaron las últimas noches de Céspedes y pude recrear las acciones en que cayó combatiendo contra los soldados españoles. San Lorenzo es el lugar ideal para pensar en él. La tercera visita, en 1999, la hice acompañando a Eusebio Leal y ambos hablamos allí, en ese pico montañoso de lamentable recuerdo, el día en que se inauguró el nuevo complejo escultórico en homenaje permanente a Céspedes.
Hasta el pueblo de Baracoa llegué, en visita investigativa, tratando de hallar la casa donde Céspedes fue deportado por las autoridades coloniales y caminé sus calles junto a Alejandro Hartman, el historiador de la villa, quien me ayudó gentilmente con su erudición invaluable.
En La Habana, mientras tanto, entrevistaba a Julio Le Riverend, director de la Biblioteca Nacional (donde comencé a trabajar en 1990), a Manuel Moreno Fraginals, Jorge Ibarra Cuesta, Hortensia Pichardo (que se convirtió en una suerte de tutora voluntaria de mis pesquisas), Eusebio Leal, Raúl Cepeda, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, Delio Carreras, todos eminentes historiadores, y cuanto especialista consideré podía brindarme información de utilidad. Ese fue el despegue en cuanto a mis indagaciones cespedianas.
Desde luego, el Museo Casa Natal se convirtió en mi lugar preferido de peregrinación. Allí ofrecí conferencias con los resultados parciales de mis búsquedas, les obsequié las primeras ediciones de las seis biografías publicadas sobre Céspedes (que había comprado en librerías de segunda mano), les entregué una fotocopia del expediente universitario de Céspedes, les doné varios objetos pertenecientes a la familia Céspedes que poseía y así fui vinculándome de manera estrecha y activa con la Casa y sus amables trabajadoras. Anita Mora, por ejemplo, fue siempre una colaboradora a la que agradecí por su disposición y eficiencia. No menciono otros nombres para no hacer demasiado extenso este comentario. Han transcurrido casi cuarenta años de esos momentos germinales.
Fue durante la administración de Toñita Buitrago que pude acercarme y ayudar aún más, cosa que le agradezco a esta entrañable amiga. De hecho, Toñita me invitó a que opinara sobre una renovación museográfica que se hizo por aquellos tiempos. Por esta época, además, fue que se inauguró la Casa de la Nacionalidad y se iniciaron los eventos Crisol de la Nacionalidad, del que fui fundador y en los que he participado regularmente, desde sus inicios hasta el presente.
Varias charlas he ofrecido en el patio de la Casa Natal, una de ellas con la grata presencia del bayamés (de Veguitas más bien) Ambrosio Fornet, intelectual muy reconocido, cespediano nato y neto, con el cual compartí varios días en Bayamo, alojado en la misma casa de visitas, donde pude intercambiar mucho con él y con Silvia Gil, su esposa. Recuerdo que el caso inconcluso de Juan Clemente Zenea ocupó muchas de aquellas tertulias. Y Céspedes, por supuesto.
Más recientemente, en 2013, doné a la Casa Natal una escarapela con la bandera del 10 de octubre, que perteneció a Carlos Manuel de Céspedes, e inicialmente a un mambí muerto en los combates por el poblado de El Cobre, cuando los mambises tomaron ese enclave, en diciembre de 1868, y que había llegado a mis manos por conducto familiar. Con la donación del objeto histórico, entregué también, un documento explicativo de su origen.
He donado mis tres libros cespedianos al Museo y en 1999, Eusebio Leal presentó Los silencios quebrados de San Lorenzo, mi libro fundamental sobre el hombre del 10 de octubre, frente a las puertas del museo. Las dos distinciones principales de la ciudad, que me han sido conferidas, La Tea Incendiaria y la condición de Húesped Ilustre de Bayamo, han sido seguidas de una charla en el patio de la entidad.
El Museo creció con el tiempo y sus respectivas renovaciones museográficas, unas superiores a otras, según creo, dan un recorrido bastante objetivo por la vida de Céspedes. Se muy bien que los bayameses de hoy cuidan esa casa con esmero y dedicación, y que así seguirá siendo en el futuro. Bayamo ha sido siempre así, preservador de sus valores históricos y patrimoniales, que son muchos.
Por último, deseo recalcar que siempre he ido a ese venerable y sagrado lugar en silencioso y devoto respeto por Céspedes, el hombre a quien José Martí llamó ¨el que nos echó a vivir¨ y a quien Cuba considera merecidamente como Padre de la Patria.
Seguiré vinculado a Carlos Manuel y a su museo hasta siempre.
(Tomado de La Demajagua)