Por Diana Iglesias Aguilar
Nadie como Amaury Palacio Puebla, que ama a Bayamo y su Historia con pasión para captar el espíritu del poeta y traernos su retrato, el del alma noble y peregrina, el del amigo incondicional y primer biógrafo de Céspedes.
Fue José Joaquín Palma y Lasso de la Vega uno de los conspiradores principales de la generación de 1868 en Bayamo, y acaso el más joven apenas 24 años cuando estalla la guerra.
Amaury nos lo trae en óleo sobre lienzo, un hombre hermoso, alto y elegante, de bellos castaños y tez blanquísima con el iris de los ojos cambiantes: ora grises, ora azulados. Pero mas allá de los rasgos físicos, salta la nobleza y la virilidad conformada también por los trazos del artista manzanillero, que suele plasmar en sus obras un conjunto figura-fondo que resultan atractivos y armoniosos, donde el retratado adquiere vida y transmite un caudal de emociones.
He aquí al primero que reseñó la vida de Céspedes, intensa y admirada. Palma, un cuarto de siglo menor que su biografiado, tuvo el goce de ser su amigo y colega en asuntos de independencia, desde Manzanillo a donde vivió Carlos Manuel desde la década de 1950, irradia al bayamés todo respeto y admiración.
La biografia en cuestión fue revisada por el Padre de todos los cubanos y consintió en la obra. Palma tendrá protagonismo en la guerra, además, desde su obra intelectual y práctica: será el editor del periódico El cubano Libre, en aquellos dias intensos de Bayamo cubano hasta enero de 1869. Luego, resguardará junto a otros la imprenta con el ánimo de seguir encendiendo voluntades.
No podría, como muchos, vivir sin Cuba libre, ni con hombres esclavos, es uno de los más fervientes defensores de la abolición de la esclavitud y consecuente con esa actitud es su vida.
En el mismo año que muere en combate su mentor y a quién sirvió entre sus hombres de confianza, 1873, sale de Cuba. En Centroamérica brillará como poeta, Catedrático, intelectual, diplomático y serán sus brazos y hogar refugio para patriotas cubanos.
En Honduras, Panamá, Guatemala, está su huella humana. En esta última nación la Historia lo venera como un guatemalteco ilustre, pues dio a la nación un himno.
Pero su deseo era descansar en Bayamo y aqui están sus mortales restos, abrigados por un sauce y en dias tranquilos, hasta su tumba sube el murmullo del río Bayamo, solo eso habia pedido aquel gran hombre.