Por Luis Carlos Frómeta Agüero
Tomado de La Demajagua (23 junio, 2024)
Cuando nací, Glorieta era joven. El carácter hexagonal de su estructura y las columnas de laboriosos arabescos embelesaban a los niños y marcaban otro pretexto para los enamorados que merodeaban por el parque Carlos Manuel de Céspedes, de Manzanillo.
El vítreo escamado de su cúpula, rematada por tres esferillas de mayor a menor y los 18 arcos de mediopunto definieron, desde entonces, el entramado arquitectónico de esta moza que recuerda al patio de los Leones de La Alhambra, en Granada, España.
Tal es su atractivo que, el poeta Manuel Navarro Luna, en su libro Siluetas Aldeanas, puso en boca del personaje Mongo Paneque una frase que perdura:
-Después que la hayas contemplado, no te quedará nada que ver sobre la tierra.
Cuentan que la idea original fue emplazar el monumento para honrar al alcalde Manuel Ramírez León, quien declinó la oferta a cambio de una obra que llenara de orgullo a los manzanilleros y despertara la admiración en el visitante.
Con tales pretensiones, el Ayuntamiento de la ciudad promovió el concurso para construir una edificación destinada a las interpretaciones de la Banda de conciertos, cuyo ganador fue el arquitecto español Carlos Segrera, diseñador de destacadas obras, entre ellas el museo Emilio Bacardí, de Santiago de Cuba.
A partir de ese momento, el pueblo aportó cuanto pudo, peones y albañiles donaron el trabajo para la obra que entendían como suya.
En ese mundo de bocetos, planos y proyectos, Segrera tenía un colaborador delineante, José Martín del Castillo, nacido en Granada, radicado también en Santiago de Cuba, pero nunca mencionado entre los creadores de la referida construcción.
Ante los planos de Segrera, el arquitecto, ingeniero civil y eléctrico José Lecticio Salcines Morlote, quedó admirado por el modo y la ejecución perfecta de aquellos dibujos:
-¿Quién los prepara?-preguntó a Segrera.
-Unos yo y otros, la mayor parte, mi discípulo, mi auxiliar, mi insustituible Castillo que, aunque carece de título universitario, tiene de sobra, por naturaleza, la inspiración arquitectónica, el sentimiento del arte y de las proporciones exactas.
Sin embargo, el celo profesional y la rivalidad entre ambos, fueron algunas de las razones por las que el arquitecto Segrera omitió el nombre del colega ibérico José Martín, cuyo prematuro fallecimiento, en diciembre de 1924, impidió la reclamación autoral de aquella obra, inaugurada el 24 de junio del año señalado.
Envuelta en esa trama y en el embrujo del estilo hispano-árabe, quedó plasmada, 84 años después, esta declaración patrimonial:
“Eran las 5:45 p.m. del 19 de octubre, de 2018, vísperas del Día de la cultura cubana, a los pies del símbolo de la ciudad de Manzanillo, se reunieron autoridades y pueblo en general para, en breve y emotiva ceremonia, declarar Monumento Nacional a esa pieza de la arquitectura ecléctica, arrancada al corazón de La Alhambra”