Escrito por: Edgardo Hinginio Fonseca
Conocí a Eduardo Heras León mucho antes de la celebración del primer curso de formación literaria Onelio Jorge Cardoso.
Precisamente, fue en un curso para jóvenes narradores celebrado en La Habana y para el cual fui seleccionado a participar en representación de la provincia de Granma. En aquel memorable encuentro, él era el promotor y profesor principal y en esas secciones, especialmente de conferencias, nos compartió la idea y el sueño de realizar una convocatoria nacional para un curso de técnicas narrativas.
Recuerdo que nos hospedaron en el hotel Ambos Mundos, y que el espíritu de Ernest Hemingway se enseñoreaba con su presencia mítica en la mente de los jóvenes narradores.
Luego vino la convocatoria y, después de enviados tres cuentos, de nuestra provincia cuatro fueron los narradores seleccionados: Gelasio Barrero —ya fallecido—, Rafael Vilches, Delis Gamboa y yo. Fue una experiencia única, incomparable en nuestras vidas, que ya no fueron las mismas como artistas.
Esta última expresión se hizo común en boca de los cientos de jóvenes escritores formados por el Maestro desde ese primer curso de 1999. Tanto, que la frase llegó a oídos de Abel Prieto, quien entonces era ministro de Cultura, que con su acostumbrada jocosidad —contaba el mismo Heras León, risueño— cada vez que se lo encontraba le daba algunas palmaditas en el hombro y le decía: «…me has cambiado la vida…».
Esa es la grandeza de Eduardo Heras León como Maestro de escritores. Recuerdo que en nuestras conversaciones comentábamos sus libros y sus cuentos. Y por supuesto, lejos de sus oídos, los nefastos acontecimientos que le habían sucedido en aquel —aparentemente lejano— quinquenio gris. Referido a esto, jamás hubo alusión en algún dictamen o conversación en su curso literario, jamás le escuché una queja o decir algo que se saliera de los temas de discusiones literarias.
Eduardo Heras León le cambió la vida a cientos de narradores brindándole importancia a la formación de escritores a través de conferencias y talleres creativos. Experiencia que otros escritores, ya formados por él, difundieron posteriormente. No olvido aquellos encuentros, los dos grupos; occidente y oriente, los profesores, no olvido nada…
Memorable para mí fue también el cierre del curso. Recuerdo que él pidió, a través de Ivonne Galeano —su esposa y fiel compañera—, una opinión escrita sobre el taller. Hice mi nota y la entregué, como siempre con sugerencias y aproximaciones en detalles a lo sucedido y jamás pensé que yo fuese —en particular— la persona mencionada cuando él se refirió a las opiniones, dijo: «…Edgardo ha dado una muy buena opinión, con sus sugerencias, pero lo que me ha llamado la atención es que escribió que Ivonne es el alma del taller…».
Y llegado a esta frase final a mí me causó una vergüenza terrible, pues no entendí por qué lo hacía, y dejó el comentario en suspenso.
Ivonne, siempre fue en nuestros cursos la persona de tener listos los más sencillos detalles para que todo funcionara como un reloj, además lo hacía con amabilidad, dulzura y educación envidiable. Nunca supe por qué había destacado aquella frase mía… tampoco recuerdo si lo comentamos después, pero no olvido que, una que otra vez, me repetía la frase: «…así que Ivonne es el alma del taller…».
Igualmente, inolvidable fue cuando en la actividad de cierre se me otorgó una beca económica. Creo que fue el primer dinero que recibí por la literatura. En medio de aquel cierre de período especial fue significativo para un escritor, que no tenía trabajo para ganarse su sustento, recibir por seis meses una ayuda económica.
En aquel cierre, Nelton Pérez, miembro del curso y buen amigo, destacado escritor también, leyó una crónica titulada Yo no soy del grupo de Heras León, donde destacaba con humor la especial particularidad de estar cerca de su presencia y bajo su tutela, todo, escrito con referencias a la vida del gran escritor y Maestro.
No tuve una amistad íntima con él. Quien me conoce sabe que no suelo ser hombre de amistades íntimas con casi nadie, casi nunca logro construirlas. Pero soy amigo sincero siempre, aunque en sus límites posibles. Y Eduardo Heras León fue mi Maestro, un amigo lejano en el pensamiento, pero existente; y como a tantos muchos, también me cambió la vida. Por eso, le agradeceré eternamente. Posteriormente, pocas veces me comuniqué con él después de finalizado el curso. Aunque una que otra vez conversábamos por chat.
Heras León no ha muerto. No por simple frase de agradecimiento o memoria. Él continua vivo para siempre en la lejanía creativa y literaria habanera.