Escrito por: Diana Iglesias Aguilar
Le recordarán como Perucho, al que nombraron Pedro Felipe Figueredo Cisneros, le recordarán con su parsimonia y flema, en el Bayamo natal.
Nacido el 18 de febrero de 1818, cuando se dice Perucho en la Historia cubana, no hace falta otra seña para identificar a uno de los padres de la nación, un hombre todo amor de familia, un paladín de la amistad y fidelidad, capaz del sacrificio supremo por los principios que defendió, un ser coherente, cómo no amarle?
Le recordarán gallardo sobre Pajarito, el blanco corcel entonando una letra ardiente que pasará de boca en boca, de corazón en corazón eternamente. Él es más que el exquisito intérprete al piano y lector compositor de pentagramas. Es llama, fidelidad, acople preciso a la amistad, a la causa de la independencia, a Cuba.
Nadie imagina que en La Habana de los estudios juveniles es El gallito bayamés, por desafiar las fuerzas coloniales con palabras, por ahora.
Le recordarán como jurisprudente, blandiendo encendido verbo contra la injusticia, dirán que fue rico, pero el mayor tesoro fueron sus principios, la nobleza, entrega a un pueblo, a una causa, ese ejemplo, y la familia hermosa construida junto a Isabel Vázquez y Moreno, que aún en la vejez seguía dando frutos, inequívoca huella de los ardores del amor de juventud eternizado.
Le recordarán por muchas cosas. Porque en la hora álgida en que Demajagua era tachada de inapropiada por los suyos, supo ponerle freno a las habladurías y dijo: con él (Con Céspedes) a la gloria o al cadalso. Porque no tembló la mano para prender fuego a la casona elegante mejor ubicada de la ciudad, que se asomaba a las Plazas de Armas e Isabel II donde tenía hogar y trabajo.
¡Ni temió perder nada material! Y mucho le quitaron! Pues lejos de ser un loco desahuciado o empobrecido, como algún día dijeron los enemigos, dinero y posesiones tenía para una vida holgada y tranquila, pero prefirió la inquietud de los que buscan la verdad.
Era un hombre feliz puertas adentro, cimentada esa felicidad en el amor, pero no le bastaba su sonrisa, la mesa elegante, la ropa al corte: le desvelaba la felicidad de Cuba.
Hace 205 años nacería al que con 50 años persiguen con saña, lo cazan como a una fiera indócil, ¡Cuánto debe haber sufrido la hija Canducha!, protegiendo aquella imagen de su padre, febril con pies llagados, con apenas fuerzas ni para atentar contra tu vida. Cuanto debió sufrir aquel que no podía abrigar en esa hora a los tuyos, a su amada esposa, tierna y firme, a los once hijos e hijas, sobre todo a los más pequeños, a los jóvenes que corren peligro de ser carne de cañón y diana de vejámenes.
Pero el calvario fue breve y muy duro. De cada mal momento deja Perucho una enseñanza. “No soy el único redentor que camina sobre un asno”, dijo cuando le montaron al pelo en aquella cabalgadura para llevarlo hasta la pared del matadero municipal de Santiago de Cuba, donde a pesar de pies destrozados y de despojarlo de los necesarios lentes, no pudieron ni arrodillarlo ni vendarlo, ni impedir mirarlos a la cara y espetarle tu frase más hermosa y Cubana: Morir por la patria es vivir.