Escrito por: Diana Iglesias Aguilar
El 14 de febrero de 1843 nace en Camagüey en el seno de una acaudalada familia una niña que será por su propia historia hija del amor y de Cuba, más allá del alumbramiento en San Valentín, día de los amores ocultos.
Ana María de Quesada y Loynaz, descendiente de dos ilustres familias de la región que mucho aportaron a la causa del independentismo. El amor de Ana se consumó y firmó en plena manigua, dónde tuvo y perdió a su primer hijo, junto a su único esposo del que queda viuda y apenas puede estar a su lado algo más de un año.
No es otro que el gallardo, elegante, osado abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, un hombre viudo de 50 años y amancebado con una joven hija del capataz de la finca dónde hizo eclosionar la Revolución, pero quedó cautivo de Anita y sus 26 años, su belleza, inteligencia y linaje a la altura del Jefe de la Revolución. Así fue.
Anita debe haber sido muy brava, dicen que se habían conocido antes en los saraos, fiestas populares a las que asistían los bayameses en Guáimaro, dónde se desplegaban tradiciones campesinas ganaderas y la virilidad tenía como trofeo la presencia femenina.
Abril de 1869 sella el inicio del romance de Ana con quién saliera electo Presidente de la República en Armas, desafiando quizá diferencias de edad y circunstancias que marcarían la relación en la que nunca hubo la paz necesaria para un hogar porque Cuba exigía de ambos, y ellos estaban conscientes de su sacrificio. En campos de Cuba libre en San Diego del Chorrillo, Najasa, firman matrimonio como era ley. Vendrían días inolvidables pero difíciles.
Cómo esposa y madre de un hijo del cabecilla mambí es objetivo de los perseguidores españoles que implacables van tras las familias que se guarecen en las profundidades del monte.
Sorprendidas las mujeres de la familia Quesada, madre y hermanas de Ana, ella emprende la fuga con su pequeño hijo Oscar en brazos, el que lleva el nombre del hermano fusilado en Camagüey, por el que Carlos Manuel es llamado Padre de la Patria.
Duros y amargos son los días de manigua, sin alimentos oportunos, sin recursos para asistir o proteger a un pequeño que fallece en los brazos de su madre desecha, que saca fuerzas para no claudicar ante las adversidades y seguir a su esposo en los propósitos de Cuba libre.
Embarazada de gemelos sale de Cuba, dejando atrás un amor inconcluso, trunco, lleno de lágrimas e incertidumbre. Carlos Manuel de Céspedes y Quesada y Gloria de los Dolores de Céspedes y Quesada nacerán en Nueva York en agosto de 1871 y jamás conocerán a su padre. Él solo por fotos y las guedejas que Anita hará llegar de ambos con una foto de las caritas, amuleto del padre castigado a una muerte por traición en las serranías de San Lorenzo.
Desde el exilio forzoso Ana sigue paso a paso la vida de su esposo y la guerra. Carlos Manuel es depuesto en 1873 y albergan la esperanza de reunirse. En Norteamérica el General Manuel de Quesada, diez años mayor que su hermana Anita, provee expediciones y reúne a los cubanos independentistas en medio de luchas intestinas con falsos líderes y otras dificultades. En una de las expediciones que envía, es capturado y fusilado su propio hijo.
Así de duros son los días de Ana, la que debe trabajar para sostener el hogar, sin volver a pensar en el matrimonio luego de la muerte del esposo en combate. Consuelo tiene en las largas cartas que le llegan de tanto en tanto de aquella letra firme y amorosa desde la Sierra de un hombre que aún en los últimos días de su vida y en muy adversas circunstancias, tuvo palabras para alentar el valor de su esposa.
La escritora italiana Alba de Céspedes, hija de Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, nieta de Ana de Quesada dijo a cerca de su abuela: “Era un carácter. No era una mujer dulce, sino fuerte, dura, porque se quedó sola en el mundo luchando por sus hijos en el exilio, mientras mi abuelo peleaba por Cuba. Pero era una gran patriota. Ana de Quesada y Loynaz falleció en París, el 22 de diciembre de 1910.