Escrito por: Diana Iglesias Aguilar
He vuelto a ver Inocencia, la película dirigida por Alejandro Gil (2018) con guión de Amilcar Salatti. La que nos trae en el séptimo arte una de las páginas más oscuras y dolorosas de la época colonial, en la que ocho jóvenes estudiantes de Medicina fueron fusilados por la presión ejercida por el cuerpo de voluntarios ante los aparatos militares, judiciales y gubernamentales españoles.
He vuelto a llorar, a temblar ante la injusticia. Inocentes jóvenes en la flor de la vida. Chivos expiatorios de fuerzas oscuras preñadas de odio y rencor que llevaron a incriminarlos sin pruebas.
Federico Capdevila representó la honra como lo hizo el profesor, el honorable Capdevila como lo llamó Martí, otro oficial también se negaron ser parte de la injusticia, pero no fue suficiente para condenar a prisión a los estudiantes.
Hermosa licencia poética, artística e histórica la de Salatti al poner a los personajes a cantar La bayamesa, mientras afuera, frente al cabildo, los voluntarios exigen !muerte!
De las actuaciones: hermosas: el pavor en los ojos de los jurados, el odio profundo y fiero en el rostro de Héctor Noa y sus hombres, el dolor profundo en las familias, madres, novias, el padre que a toda costa quiere salvar a su hijo, la expresión de impotencia del Comisario y el juez en la dura misión de sostener algo inaudito.
El terror en Carlos Verdugo, interpretado por el bayamés Amaury Millán, el joven que ni siquiera estuvo en La Habana, pero igual, fue condenado a muerte. Se salvó el más pequeño de los hermanos Bermúdez, porque alguno tuvo la piedad de exonerarlo, ante la condena del hermano Anacleto. Sería un doble golpe para la familia. Cuánta angustia! Cuánto dolor nos llega a través del cine. Otra licencia, la de los descendientes de africanos, los hermanos abakuá tratando de salvar a los inocentes, un pasaje discutido por los historiadores, pero no imposible. Como la muerte de dos en dos, cómo tortura psicológica.
A las 4 de la tarde del 27 de noviembre de 1871 fueron fusilados e inhumados sin derecho a que los familiares amortajaran los amados cadáveres. La obsesión de Fermín Valdés Domínguez, médico ya, diez años después, por encontrar los restos de sus compañeros y rendir tributo es el hilo conductor del filme para subtramas que no distraen el objetivo principal: acercar a la historia desde el arte.